miércoles, 14 de mayo de 2008

Mayo de comuniones y marineritos


Ese domingo cuando iba de camino a algún lugar de Madrid, me topé con una escena fantástica que me produjo una nostalgia vintage. Al principio pensé que era parte de la escena de una peli, pero como no vi las cámaras asumí que era una fiesta de disfraces temática. Me volví a equivocar. Lo que estaba ante mis ojos era una Comunión. Si, eso mismo, la Eucaristía católica.

Mi ignorancia ante el tema de la vestidura tan trabajada en estas tierras me impresionó y luego les cuento por qué. Es que entiendo que recibir el cuerpo de Cristo es algo trascendente "para los creyentes" pero verlo desde esta perspectiva tan carnavalesca, vamos.

Yo? Nojodas, yo lo vi como algo traumático. Aprenderme de memoria aquel montón de oraciones, ir todas las tardes para ensayar el canto ese horrible del "santo es el señor", la movida de las manos, y sobre todo la caminata hacia el cura era un stress pre-adolescente que el acné me brotó antes de tiempo. Todo estaba perfectamente ensayado, así que debo confesarles que no estaba "tan limpio por dentro" cuando hice la comunión, ya que siempre odié que me robaran mis tardes de Atari para semejante show.

Y mi tía Flora me hacía entender que después de eso ya sería más mayor, y lo peor: que ya tenía asegurado un paso en mi camino al cielo. ¿eh? Pero cómo se puede asegurar el cielo cuando a esa edad nos inician con brutalidad en el consumismo más desaforado: el traje, el anillo, la medallita, la cadenita, las tarjeticas, los zapatos, las medias, las fotos, la ropa de tu madre, la de tu padre, la de la abuela, la propina pal cura y también para el coro parroquial, el banquete pantagruélico, y aquel protagonismo banal de mil pares de cojones.

Toda una bomba que se desinfla justo al día siguiente de acostarte con una parte de Dios alojada en tu estómago y que después del desayuno la cagas. Luego me preguntaba ¿por qué el cuerpo de Cristo sabía a una galleta simple? Por lo menos un toque de dulce de leche pueden ponerle no?

Recuerdo que tuve que hacer muchas piruetas con la lengua para separar la hostia del paladar, hasta que al final tras hacer una suave y disimulada palanca con el dedo índice conseguí que esta cosa tan blanda y pegajosa, se desplazara por mi garganta.

Y aquella lloradera de mi madre y sus hermanas. Mis padre y mis tios sólo estaban pendientes de los manjares, la caña, el karaoke y la gran bulla. Ya ven. Lo que me parece interesante es la vestidura de los chicos españoles, es más divertida que la nuestra. Aquí van de marineritos, otros van de frailes y algunos parecen militares con su traje de gala (sin camuflajes) muy elegantes todos.

Pues yo no ¿lo mio? aquel disfraz fue una pajarita* (hallaquita) que me ahogaba tanto, que la hostia no pasó de mi cuello sino hasta que llegué a casa, (estoy hablando de casi 5 horas), una camisa blanca con faralaos en el pecho (muy maricona), unos botines punteagudos pica-hielos y un pantalón que como me lo subieran un centímentro más, me llegaría hasta el pecho apretujándome los huevos* (las bolitas). A ver... parecía un muñeco ventrílocuo.
Eso sin contar el libro pesado ese de catecismo que no lo usamos nunca, pero nunca en la iglesia y una vela adornada con lentejuelas y cosas doradas. Y luego dice mi madre: "Verga Cheché pero saliste en la foto con una cara de molesto" ah no! Sonrisa fácil, no te jode?

Aunque viéndolo bien, yo, hubiese escogido la pinta de marinero, la verdad es que de marinero marinero raso, no, por lo menos de capitán de corbeta, o de sargento de Infantería de Marina. O mejor, de almirante. Pero viéndolo bien, con tantos entorchados, charreteras, botones de ancla y cocas en la bocamanga, iba a parecer un almirante jefe del Departamento Marítimo del Estrecho, o por lo menos de jefe de la Comandancia de Marina.

Todavía tengo ese fectiche. Veré como solucionarlo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

uy, he de enseñarte yo mis fotos de la comunión xD, te echarías unas cuantas risas xD