jueves, 27 de marzo de 2008

Desayuno In Vitro


Esa mañana había quedado con mi hermana para jugar a nuestro pasatiempo favorito: buscar personajes y construir historias en los restaurantes. La esperé media hora más y un atasco en el tráfico retrasó su llegada. Resignado ordené mi "desayuno americano" y mientras pinchaba suavemente una de las amarillas casi crudas del par de huevos fritos escuché unas voces medio chillonas y medianamente desagradables.

Giré mi cabeza y ví a dos mujeres. Llamé a mi hermana y le dije que no pasaba nada, que ésta vez jugaría yo sólo. El soundtrack estaba creado con el zumbido que produce un montón gente hablando de política, moda y de lo caro que está el pollo.

Y así me imaginé la historia:

Una era diplomática del gobierno con menopausia precoz después de varios fracasos reproductivos y la otra, una rubia con buenas tetas, con 26 años y cuidadora de ancianos. Mila y Anita, respectivamente. Se conocieron en el geriátrico donde "descansa la madre de Mila" y de repente gracias a Anita parecía posible que el árbol genealógico de ésta distinguida mujer se convirtiera en algo más que una ramita seca. Hice un paneo del lugar y ahí estaban casi todas: casadas, solteras, solas, neuróticas, acompañadas, lesbianas, heterosexuales, jóvenes, maduras, bisexuales, todas perfectamente maquilladas, otras con mucha laca en el pelo y algunas con menos pelo. Algunas buscando salidas a la infertilidad, otras a Hugo Chávez, y por supuesto todas luchando contra la dura realidad de la gravedad y cosas de ese tipo.

Mientras veía como ese montón de labios se movian incesantemente, pensaba por qué una mujer debe ser madre aunque esto suponga incluso ir contra su propia naturaleza. Al final, cómo diablos funciona nuestro reloj biológico, quién le pone o le quita las pilas. ¿Es que acaso tarde o temprano todos queremos protagonizar alguna escena de La fuerza del cariño?

El amor entre madre e hijo podría ser esa clase de amor eterno que hace ver a Freud como un pervertido y a Rocío Durcal como una iluminada. Mila se sentía como una gallina vieja empollando huevos huecos. Es ingenuo pensar que en pleno siglo XXI todavía hay cosas imposibles. Al mismo tiempo es curioso que en esta misma época una mujer piense todavía que si no tiene un hijo su sangre se volverá veneno. Por eso Mila quiere óvulos frescos de niñas fértiles, huevecillos ajenos capaces de florecer para usarlos como si fueran suyos.

Y así ella, llena de crema anti-arrugas e insomnios de media noche será capaz de consentir esa mezcla sin amor en un esterilizado tubo de ensayo con los adúlteros espermatozoides de su marido y los óvulos frescos y hambrientos de la voluptuosa Anita que necesita la pasta.

La mejor amiga de Mila se llama Ciencia. Ha sustituido a Dios y a la Naturaleza en sus plegarias. De alguna manera, se ha hecho real el milagro de la inmaculada concepción. A través de la inseminación artificial, se ha dado la vuelta a la moral de la iglesia, separando para siempre el sexo y el placer de la reproducción, cambiando una buena follada por el laboratorio y dejando de paso muy claro que las mujeres pueden concebir sin hombres, sin ovarios, sin pecado y sin amor.

Perdóname Mamá pero repito que esto es sólo un juego que hacemos tu hija y yo.

Es que Mila no quiere una niña china encontrada en una acequia. Tampoco un hermoso morenito africano. Eso está bien para Angelina Jolie que se da el lujo de ir para África y traerse una y adoptarla como hija. Y luego sale en la prensa muy orgullosa, fotos, videos y más pasta para su cuenta de ahorros.

Mila es una mujer de negocios, una funcionaria pública, llena de altivez y de canas ocultas con tinte japonés. Ella no quiere que nadie sepa de su infertilidad. Y mucho menos les contará a sus hijos que son producto de una donación. En este momento hay centenares de jóvenes que lo son sin saberlo. Miren a Victòria-Anna Sánchez Perea, la primera bebé española nacida por fecundación, y ya dio a luz su primer hijo de forma natural.

Mamá, yo no entro en ese renglón verdad?

Quien esté libre de ficciones que tire la primera piedra. En estos casos, la ficción, por supuesto, es creerse la madre biológica porque lo real de su maternidad no está en discusión. Todos sabemos íntimamente lo que significa una madre: lo más parecido a una giganta que huele a leche, a una leona con cerebro, colmillos de vampiro, ojos de sirena y pico de pájaro lleno de gusanitos. La que te arropa cuando hay frio, la que te lame las heridas, ella, la que te rasca la cabeza hasta que te duermes.

Si aparece una señora que no he visto nunca y asegura ser mi madre "verdadera" en un talk show venezolano, prometo que hago zapping. Me quedo con Mercedes, ella es paciente y tiene buen humor.

Mila, por su parte, quiere amamantar –como haría, en un hipotético documental de la Nacional Geographic, una elefanta a un cachorro de hiena– a ese niño intruso, aquél híbrido resultado de los genes de su marido y de los de una completa extraña, que no sacará ni su nariz respingada, ni su mirada perdida, ni su sonrisa tristona, ni "el mismo lunar que tenía el abuelo Juancho".

Quiere acogerlo durante nueve obesos meses, acordonarse a él, darle de comer lo que ella mastica, dejar de fumar porros en su nombre, enseñarle a escuchar música clásica, pegárse una linterna en la tripa mientras escucha Sinatra y por supuesto, parirlo en una escena sangrienta, de preferencia filmada con una cámara de video casera entre sudor y lágrimas. Mila lo que quiere es un amor irracional, joder!

Mamá, gracias por soportarme tanto tiempo.
Hermanita, ¿podrías prestarme tus ovarios si algún día decido ser padre?

Las extraño un montón.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Otra historia de vampiros


Lo último que recuerdo de aquella noche antes que el sueño me venciera, fue una dura lucha que tuve para darle sentido a un texto relacionado con el yoga, el poder de los vegetales, "las hierbas", el funcionamiento de las vísceras y la circulación de la sangre. Una mezcla fulminante que acabó con la poca creatividad que acompañaba mi insomnio.

De repente, me ví como sepultado entre una montaña de libros antiguos en una biblioteca pública de la República Checa. Estornudé tres veces por el polvo de aquellos grandes ejemplares y al quitar la telaraña a uno de ellos me topé por accidente con la increíble historia de Rottumberg Kristoff, el único caso registrado y del que se tengan noticias acerca de "un vampiro vegetariano".

Según lo que pude investigar en el mismo sueño- el Kristoff, vampiro heredero de una gran fortuna checa, libre de preocupaciones materiales, se dedicó desde muy joven a los placeres de la carne. Sin embargo, esa intensa vida nocturna, los constantes ataques a cuanta gente se interpusiera en su camino, la chupadera de cuellos a sus amigos post adolescentes y las incontrolables libaciones de sangre de todo tipo le produjeron, a la larga, como inevitable consecuencia de su vida despreocupada, una dolorosa enfermedad causada por el exceso de ácido úrico y un elevado número de glóbulos rojos.

Después de tratarse con los mejores médicos del país quienes fracasaron en su cura, sólo pudo combatir el mal sometiéndose a una estricta dieta en la que se excluían la sangre y todo tipo de carnes rojas. Fueron dolorosos los primeros tiempos de aquél pobre hombre que intentaba adaptarse al régimen. No obstante, según cuentan las remotas crónicas que pude traducir al castellano casi instantáneamente, a los 40 años se convirtió en vegetariano por completo.

Pero un bajón de ánimo y una posterior depresión causada por un telegrama enviado por Drácula donde le maldecía por semejante traición al gremio, se dedicó a atacar ahora con más fuerza, siempre de noche, clavaba sus filosos colmillos ahora en una nueva especie de víctimas pero manteniendo siempre su despiadado estilo.

No hubo venas de plantas con tallos gordos a las que no clavó sus dientes. Les caía encima y en una desesperada orgía solitaria, les succionaba toda la clorofila. Esas andanzas nocturnas lo volvieron muy pronto en el azote de los jardines de la comarca. No hubo una maceta, un porrón, una jardinera y hasta inclusive árboles que no tuvieran las huellas de sus dientes insaciables.

Éstas amas de casa desesperadas -no las tias de la serie gringa Desperate Housewife- vieron arruinarse sus materas, sus helechos y las flores cuidadas con cariño. Apenas las sombras de la noche cubrían las calles, se le veía montado en los tejados para asechar a las indefensas plantas que la gente sacaba a sus balcones. Luego en la mañana todo era muerte y desolación en el ornato del pequeño pueblo. Centenares de macetas con la flora destrozada por la succión de aquel extraño vampiro verde yacían rotas por todos lados. El maldito al final les chupaba incluso la raíz comiéndosela como postre.

Kristoff como todo vicioso fue aumentando noche a noche su ración. Y para cualquiera que esté familiarizado con el sistema digestivo de un vampiro, es fácil comprender que requiriéndose un mínimo de sangre para mantenerlos vivos, y siendo las plantas mucho más pequeñas y limitadas en líquido, se necesitan por lo menos trescientos helechos, cien cayenas y unos ciento cincuenta rosales para calmar el apetito de un vampiro vegetariano.

Muchas veces el hombre fue víctima de las tradicionales palizas y persecuciones que siempre han sufrido los miembros de esta estirpe. Centenares de marujas, viejitas, vendedoras de flores, dueñas de viveros al descubrirlo pegado a las plantas poseído en la succión, le lanzaron piedras y palazos y hasta le rociaban veneno para insectos, pero no había manera.

Fue en la primavera de 1902, ya bastante anciano, cuando le llegó el fin a este corruptor herbáceo. Una noche, mientras asaltaba a una hermosa y frondosa enredadera, sin darse cuenta fue cubierto por el follaje que lo fue aprisionando todo sin que sus enclenques músculos pudieran zafarse de las ramas. Al llegar las primeras luces del alba aún estaba allí tratando desesperadamente de escapar. Pero se quedó en el sitio. El cadaver verdoso fue arrancado después de varias horas de lucha por un grupo de vecinos y luego sepultado en las afueras.

$"·/&(%/·&%$//$) (sonido del mi móvil)

Exaltado me desperté casi al mediodía y al ver que todo había sido un sueño y que ya era tarde para entrar a mi curro, decidí escribir un final a esta historia, esta vez desde la perspectiva de la vida real:

Se dice que en el sitio donde fue sepultado Rottumberg Kristoff, se levanta un extraño árbol rojo con millares de flores de distintas plantas; y que en las noches, si alguien se acerca, el viento mueve una rama cariñosa que entierra suavemente dos espinas en la garganta de la víctima, y al retirarse, le deja los minúsculos puntos sangrientos destilando néctar.