domingo, 20 de enero de 2008

El lado oscuro-interesante de los escritores

Estoy por ejemplo en un bar compartiendo con unos compañeros del curso de periodismo literario, comiendo tapas y hablando de la dura tarea de convertirse en escritor, entonces uno de los chicos que está en el grupo de al lado esperando las croquetas se entera de nuestra conversación y me dice: "Si yo te contara", y de esa forma he tenido que escuchar tanto de él como de gente tan diversa historias tan truculentas que a veces habría preferido no oír.

La humanidad piensa que el escritor puede ser un estupendo depositario de todo lo sórdido e inconfesable de la existencia, porque se le supone una capacidad de comprensión sin límites o simplemente porque, según el resto de los gremios, la propia vida de los escritores se sostiene de extravagancias, drogas, preferencias sexuales, "toques de locura" y todo lo políticamente incorrecto.

Por eso, para mí que voy de camino a poder redactar una puta crónica coherente y de interés, he sido leído e ignorado, a veces privilegiado, otras ensalzado y machacado, nombrado y olvidado, no sólo se me afea un pasado transgresor, maldito, marginal y cualquier suceso que otro trataría borrar de su biografía, sino que soy buscado y alentado porque en el fondo se preguntan ¿qué nos puede contar, de esta vida sin sentido, alguien que no se haya arrastrado por el fango?

Entonces a los intelectuales les caen bien los escritores alcohólicos: Edgar Allan Poe, Joseph Roth, Malcolm Lowry, Carson McCullers, John Cheever...y un largo excétera que ocuparía varias páginas. La delincuencia, la cárcel y cualquier modalidad de caída libre de Jean Genet, los jueguecillos eróticos del Marqués de Sade, por no hablar de ese minucioso incesto de Anaïs Nin con su padre que yo recomendaría leer de reojo, (¿quién ha dicho que los escritores son cursis?).

La locura de Virginia Wolf o la desaparición suicida de Sylvia Plath sumándose a la nutrida lista de los Larra, Gabriel Ferrater, Horacio Quiroga, Cesare Pavese y unos cuantos escritores japoneses. A ver, los monos literarios de William Burroughs o Irvine Welsh pasando por Aldous Huxley.

A diferencia de los deportes, el dopaje del escritor es visto con simpatía ¿por qué...? no se sabe por qué. También confiamos en aquellos que provienen de familias desestructuradas, pobres o enloquecidas como el genial John Fante o Frank McCourt, a quienes sus parientes les han dado un maravilloso juego.

Sea como sea, labrarse un pasado desgarrado cuesta lo suyo. Por eso a algunos literatos la impaciencia por vivir deprisa les ha consumido muy jóvenes. En cambio oros han tomado un atajo. ¿Para qué esperar? ¿Para qué gastar energía y sufrimiento en volverme completamente toxicómano, desperdiciar días y días en en la cárcel y luego tener que rehabilitarme cuando puedo estar ya escribiendo esa mandanga en una novela autobiográfica que quiza llegue a vender un millón de ejemplares?, eso pareció pensar el novelista estadounidense James Frey, cuya auténtica realidad resulta ser mucho más cómoda.

Aunque el caso más bueno ha sido el de J.T. Leroy, que nos novela su cruda y rentable historia en varias entregas: chapero a los doce años, toxicómano más tarde y seropositivo después. Joder!. Pues si Leroy en realidad es una mujer que cuenta historias de hombres. Por supuesto la indiganción ha sido general, pero la culpa la tienen los lectores que piden a la ficción un certificado de realidad imposible de ofrecer al cien por cien.

Seguimos escribiendo!