jueves, 3 de febrero de 2011

Una novela venezolana


La tarde en que Cristóbal José Valbuena Rodríguez, un alto funcionario de una empresa del Estado fue acusado de malversación del dinero público por invertir los excedentes de los ingresos petroleros en una cadena de clínicas clandestinas de cirugía plástica y estética, la noticia dio más vueltas que un medidor de luz. En la mañana siguiente los nervios invadieron su círculo de amistades y en la oficina el ambiente era denso y confuso. -¡Se jodieron esos cobres, yo lo sabía! –Gritaba el vigilante de la Asamblea Legislativa a los periodistas en las puertas de la sede-. Algunos medios amarillistas cuentan que vieron salir a varias secretarias por la puerta trasera y una de ellas soltó un tacón que ahora está en manos de la Disip.  

El importante funcionario se defendió a capa y espada de los ataques ante el Congreso, acusando a su vez a todos los diputados por cómplices, ya que éstos pagaron todas las tetas, narices, culos, cinturas, labios y pómulos a todas sus esposas, incluyendo las amantes y las presuntas secretarias escapistas. Con este alegato pretendió lavar su reputación, a la vez que justificaba: "Esas mujeres ya entradas en kilos y con un careto de bruja de pueblo, deben ser intervenidas inmediatamente en pro de la imagen del partido político"

La primera plana sorprendió al Gobernador del estado Pachencho López Bebedor, quien molesto por no haberse enterado de estas clínicas, decide condenar a Cristóbal a una pena muy característica, nombrando una comisión de seguimiento para ponerle tetas nuevas a sus hijas, sobrinas, primas, hermanas, cuñadas y a su propia madre. Desafortunadamente, ésta última murió en la operación porque el médico no puso una coma entre los número 3 y 5 minutos, y el anestesista le empujó media hora de “halotano”; medicación que dejó a la pobre señora mirando para los médanos.

Cristóbal José, ofendido y engañado por sus colegas se retira del Parlamento alzando el puño en defensa de su honestidad. Cansado de todo se va su casa donde lo esperaba su esposa María Hidrocele Betancourt, quien está locamente enamorada del chofer Jaime "El Chino", quien ha hecho pública su pasión por la cocinera Yuleisi Andreína, quien a su vez está loca por Simón Alberto, hijo mayor de Cristobal José, obsesionado y enganchado a un romance secreto con Chucho (alias Platanón), el robusto y divertido jardinero de la mansión Valbuena.

La incomprensión de los vecinos, malvados y mentes mojigatas que por envidia condenaban la felicidad de la familia, los tildaron de asquerosos, ratas y escribieron grafitis en las paredes de la hermosa casa, con frases como éstas:

"Con tetas también hay paraíso"
"Chucho, yo también te amo. René"
"Cristóbal, te vieron por el Kilómetro 7"
"Yuleisi, Simón Alberto es raro"
“Antes tenía una duda, ahora no se”
"Arriba Rafa, más arriba, más arriba...ok, ahora déjenlo caer"
"Carlos Baute es un farsante"
"Y Boris Izaguirre también"
"Arriba la arepa, abajo la tortilla española"
"Hoy no fío, mañana sí"

…así como otras impublicables y despectivas consignas que acabaron con el suicidio de este honorable y respetado parlamentario.

Hoy, a un año de su partida todas lucen hermosamente operadas, el tacón continúa en la sede policial y el vigilante fue nombrado jefe de mantenimiento. Eso sí, todos con el recuerdo perenne de un gran hombre que luchó por el bien de una sociedad que mantiene viva su idea de: “No hay mujeres feas, sino pobres”.