martes, 20 de noviembre de 2007

Xenofobia, cristales rotos y limón


Lenta y pausadamente, el portero español de cabeza rapada deslizó su enorme mano derecha y la hizo desaparecer dentro de la chaqueta de cuero negra. Frunció una ceja y bociferó con la mayor de las arrogancias: -Tienes que hacer la cola o es que ¿te crees Ronaldo? - Miré a la gente en la larga fila, luego volví la mirada a él y desde mi perspectiva en contrapicado, con una sonrisa sarcástica y valiéndome del oficio que me tocaba ejercer esa noche le respondí con ironía: -Soy el Barquero, así que no tengo que hacer colas- Sonrió incrédulo, vio su reloj que marcaba las 24:00, habló 4 cosas por su radio y me abrió la puerta.

El salón vacío e impecable, con poca luz, focos de neón rojo y lila, un tema de Nirvana y el reflejo de las botellas en un espejo gigantesco ubicado enfrente de la barra me hicieron ver la noche de otra forma. Por primera vez trabajaría entre gente que se divierte, algo desconocido pero que me llamaba poderosamente la atención.

En el escenario descansaban instrumentos musicales, dos guitarras, un bajo, un teclado, y la bateria con una hoja de marihuana en el bombo. Entonces me dije: -Esto va a ser un verdadero desmadre- Pense en salir corriendo de ahí, pero me quedé haciéndole un guiño a mis valores para explorar el punto entre la supervivencia y el orgullo.

Sin saber exactamente cuáles serían mis tareas, fui a la oficina del encargado del local: Pablo, un tipo majo, esta vez con una camiseta de The Cure, el cabello casi plastificado por el efecto de la gomina y acompañado por una rubia alemana que muy torpemente trataba de subir la cremallera de una de sus botas altisimas hasta la rodilla. Pablo, introdujo muy sutilmente la uña de el dedo meñique en su cuero cabelludo y rascándose sin estropear el peinado, me dijo: -Cheché, esto es sencillo, Manuel (el otro barquero) y tu, se encargan de que las copas vacías desaparezcan, y si alguna se quiebra ambos van y recogen los cristales rotos porque no queremos accidentes. Pendiente de las chicas de la barra por si necesitan algo del depósito y recargas de hielo las cámaras cada vez que sea necesario, puedes bailar, puedes tomarte solo 3 copas y eso si, pasala bien.- A este tipo lo había conocido en Berlín semanas antes en un tour por los 7 lagos y luego de muchas jarras de cerveza me ofreció trabajo en su local madrileño. Efectivamente había cumplido con su palabra y la rubia había logrado cerrar la cremallera de su bota.

Cogí mi instrumento de trabajo: un envase de plástico cuadrado y blanco y me familiaricé con él, estudiaba la manera cómo llevarlo sin que pareciera incómodo, decidí sujetarlo como una bandeja y entonces ensayé llenadolo con vasos y botellas. Caminé en el medio del salón ante las risas de las chicas de la barra, un poco para familiarizarme con ellas y utilizar el buen humor como excusa para y de repente apareció el que faltaba: Manuel.

Haciéndose llamar Manu y con la actitud de un cantante de hip hop recién llegado de Nueva York me dijo: “Hey aqui no se viene a cahondear, mueve tu culo latino que España para ustedes no es un Parque de Diversiones” Por segunda vez quise mandar todo a la mierda pero preferí analizar esas palabras y dejar por sentado el nivel de resistencia que tienen miles de inmigrantes mientras hacen el trabajo más duro y reciben el sueldo más bajo, transformando la seguridad que han buscado, en una bomba de tiempo que los agobia porque no se sabe cuándo explotará.

La puerta se abrió por fin y en menos de 10 minutos la sala estaba a reventar. En la barra: Caipiriñas, mojitos, cubas libres, escoceses, ginebras, vodkas, cañas, chupitos, zumos y cocacolas. En los servicios: cocaína, hashís, marihuana, ectasy y más drogas fuertes. Media hora después, los vasos largos y el tabaco acompañaban las notas desafinadas de los músicos post-adolescentes quienes intentaban hacer un cover de los Rollings Stones.

Aproveché las mismas notas para no ir a destiempo entre la gente y logré acoplarme mientras llevaba el recipiente lleno de vasos, botellas, ceniceros y extrañamente un muñeco de Homero Simpson que estaba tirado y con la cabeza llena de chocolate para churros.

Unos se molestaban porque recogía las botellas de cerveza vacías y otros me agradecían con una sonrisa. Increíblemente algunos recogían todas sus copas de la mesa y las introducían en la barca, por supuesto, desde mi perspectiva veía esta hazaña como algo heroico y supremo digno de admiración.

La cosa se complicaba y el Manu no aparecía por ningún lado. El trabajo en equipo fue sólo una promesa y yo seguía yendo de un lado a otro con cajas de cervezas, hielo, hierbabuena, y todo cuanto faltaba en las barras. Como pude miré mi reloj y apenas habían pasado 3 horas y yo apestaba a una mezcla de todo el alcohol que se derramaba en mi ropa.

Pablo me hace una seña y cuando estoy a escasos metros de él, un potente codo salió de la nada y se incrustó directamente en mis costillas izquierdas. Uno de los vasos salió disparado del envase y ante los ojos del jefe cayó al piso para convertirse ahora en pequeñísimas armas transparentes combinadas con rodajas de limón y hierbabuena regadas por el piso del local. No pasaron ni 4 segundos cuando apareció el Manu con su vocecita de pato granjero y los ojos desorbitados para decirme “Que no quede ni uno porque si una chica se corta, te jodes”

Los gritos finales del vocalista estropearon aún más el momento y procedí inmediatamente a la acción que había evitado toda la noche. Camino al depósito entré en conflicto conmigo mismo me quedé mirando los instrumentos de limpieza por casi 10 segundos.

Un bate de béisbol, un tridente y hasta un biberón he llevado en una discoteca en algunas fiestas de disfraces. Pero entrar al centro de una pista en plan de mantenimiento ya era demasiado. Entonces entré en conflicto conmigo mismo y decidí no hablar solo como siempre lo hago cuando debo tomar una decisión. No me dije nada. Tomé el cepillo y la pala y salí para vivir una de las escenas más subrealistas que había presenciado en mi vida.

Las cerdas del cepillo desgastadas y la pala con un pegoste extraño distribuido en el mini depósito fueron suficientes para que yo entrara en una especie de trance en el que puedo jurar que varias neuronas se fundieron dentro de mi. Una chica muy simpática me sonreía. Yo no entendía nada. ¿Quién le sonríe de esa forma a un chico que esta en medio de una sala con una escoba y una pala? ¿Aplaudía mi valentía? ¿O más bien sonreía al un chico que estaba detrás de mi? No presté atención y salí de la escena.

Llevé las cosas al depósito y pedí mi primer trago: Un vodka tonic con zumo de limón, doble. La chica seguía sonriendo y me le acerqué con el trago olvidándome por completo de las copas, los ceniceros, el hielo y la música y cuando le dije hola, me respondió: hubiese querido que el vaso cayera encima de aquél, mientras señalaba a un chico que resultó ser su novio. Pues, el chico era el Manu quien ahora estaba ligando con un chica muy parecida a ella.


Me dijo que se iba a otro lugar con sus amigos y antes de preguntarle a qué sitio iban, otra copa cayó muy cerca de nosotros. Manu miró a su chica hablando conmigo y emulando los movimientos de la escoba me decía: “Que lastima, otra copa”. Sonreí, volví al depósito y mientras pensaban que iba por la escoba, asumiendo mi noviciado y mi actitud de todo terreno, salí con mi chaqueta y con mi mano les hice una seña muy conocida, mientras en el soundtrack sonaba otra copa rota ante los ojos incrédulos de Pablo y su eficiente barquero. No cobré nada y dejé ahí, entre el humo del tabaco y las luces, la verdadera historia de todo aquel que se conforma con hacer lo que sea por un sueño que ya caducó.

1 comentario:

Hugo. dijo...

lamentablemente la juerga diaria de todo imigrante es esa que vivistes, pero por lo menos tubistes la valentia y la determinacion para afrontar esa situacion con tan gloriosa salida, asi se hace!!!