Desde que le salió la pelusilla, pelusa, sombrita, lanita (o como queráis llamar a esos lisos y suaves vellos primerizos que salen sobre nuestro labio superior en nuestra época de adolescente), Juan Andrés ya nunca fue el mismo de antes. He escuchado de fuentes fidedignas que el mal padecido por nuestro querido Juan es denominado "Síndrome del vestuario". Joder, menudo nombre! El tema va por eso de comparar tamaños.
Y es que además de sorprenderme la categoría a la que pertenece este padecimiento también me sorprende el número de tíos que sufren este mal, que según los psicólogos -esto no es un reportaje asi que paso de entrevistar a ninguno- es simplemente algo mental.
El caso es que un gran número de colegas, Juan Andrés incluído, se rehusan a cambiarse de ropa delante de otros hombres, o ir a playas nudistas, o quizá ducharse en el gimnasio o en los saunas, o peor, no poder disfrazarse de cualquier superhéroe de estos que van con ropas adheridas al cuerpo, por el tamaño de su pene. A no se que se ayude con algún elemento abultador, que al final no serviría de nada.
Juan Andrés es un tío guapo, alto, y ya tiene 26 años. No va de fisicoculturista, ni tampoco de chulin chulin lleno de oro ni de plata. Más bien es normal, pero las chicas y chicos lo miran cuando entra en cualquier lugar e inclusive puede ligar varias veces en una sola noche. Ya sea por su mirada sexy, por su sonrisa grande y blanca o por su personalidad arrolladora.
Pero...
Los desgraciados medios de comunicación, todos, incluyendo las conversaciones entre las chicas en los programas de sexo, los mismos colegas alardeando de sus centimetros o hasta su sobrinito Luis que un día le dijo, Tío tu pipí es igualito al mio. PUFF!! no veas.
El caso es que Juan Andrés está un poco triste, al menos de la cintura para abajo. Sus 12 centímetros -tomándo en cuenta que la media está entre 13 y 15, en erección, para él no es nada agradable. Y menos cuando entra a internet y queda pasmado ante fotos o vídeos de tios con paquetes, a veces extremos. Ni contar la experencia que vivió cuando vió la primera peli de Nacho Vidal bamboleando sus 25 centímetros. Ese día marcó su vida.
Ya casi no duerme por las noches, no quiere ir al fútbol su deporte favorito, pasa de ir a nadar y le aterra que se acerque el verano. Le hemos dicho que tranquilo, que eso no es importante, que la idea es usarlo bien, bla bla bla, y al final después de un montón de cubatas casi grita en el bar: "Es cierto tio, el tamaño no importa" Menos mal que la música subió y no se echó a la puta calle con semejante confesión.
Respiramos hondo y lo abrazamos. En ese momento se me vinieron a la mente 2 nombres, Andropenis y Jes Extender: dos aparatos alarga-rabos que según son la hostia y se están vendiendo mogollón en España. Al parecer estos extensores prometen, otros dicen que no. Lo que sí es cierto es que los tíos con este síndrome deben pagar un doble precio. Uno, el pastón (oscilan entre 99 y 590 euros, éstos últimos tienen aplicaciones en oro) y el otro el dolor que debe causar tener la polla estirada por varias horas ya que es lo que implica el tratamiento.
Se lo comenté a solas hace ya unos días. Espero respuestas.