
El semáforo cambió a rojo y nos detuvimos justo enfrente del Banco de España. Fue ahí cuando la vi junto a otras tres chicas más escoltadas por dos policias nacionales. En su mirada he visto a una reina repleta de sueños con grandes ojos marrones y un cuerpo caribeño... y de fondo "La Cibeles". Después, según iba saliendo la gente de la boca del metro, la niña se iba convirtiendo en una pequeña dama, para convertirse, finalmente, en una resignada doncella cuyos sueños se iban al traste (para no decir a la mierda), producto de un mundo que no sabe mirar a los ojos sin "poner etiquetas, status, números de identificación o gentilicios y cerciorarse de que todo está en regla.
Odio esa palabra. Regla, y es que hasta fisiológicamente es desagradable. Reglas, para qué sirven? Para jodernos más la vida ¡que pena! Pues, si nos mirásemos a los ojos más a menudo sin preguntarnos nada más, descubriríamos cómo la mirada dice cosas que ni las palabras ni, por supuesto un DNI, un pasaporte, un curriculo o una nómina jamás podrán expresar. Esta es la realidad de cientos de mujeres inmigrantes que en pocos segundos ven cómo se rompe en sus caras ajadas, un mañana optimista y hasta una noche reparadora.
